Mi blog.

Dentro de muchos años entraré aquí y será mi particular baúl (digital) de los recuerdos (no digitales).

domingo, 28 de agosto de 2011

Un año. Ha pasado un año. Así, sin más. Se me ha escapado de las manos un año. Y no ha sido tan duro. Este año es diferente. Diferente porque no he temblado cuando sonaba el teléfono esta última semana. Ni he preguntado por ti. Y es que ya no tendría sentido. Este año es diferente porque es el 2011 y no el 2010 y eso ha supuesto un verano sin ti. Es diferente porque aunque hoy sea 28 de Agosto, en unas horas no recibiré una noticia terrible. En unas horas seguiré estudiando. Y mi día será otro más. O no. Porque, ha pasado un año, pero tu mesilla sigue intacta. Sigues vagando por mis sueños cuando te place y mi subconsciente juega a hacerme creerte viva. Y como ya dije, me sigues faltando. Ha pasado un año, pero eso no es lo peor. Lo peor es que pasarán cincuenta más. Unos se irán y otros vendrán. Ya lo dije aquí. Cada cuál se monta su historia hasta superarlo. Pasarán ochenta años más. Puede incluso que llegue el día en que la muerte no se me haga tan atroz. Tan definitiva. Tan nefasta.
Ha pasado un año. Éste de 365 días. Y lo único que puedo afirmar es que espero que pasen muchos más antes de tener que pasar por esta experiencia de nuevo. Puede que sea porque ahora soy "mayor". Más mayor, al menos. O puede que fuera porque tú eres (eras) muy especial. O puede que ambas. Yo creo que ambas. Fuiste la ausencia que me hizo ver lo terrible del asunto. Cuando alguien se va para siempre, se va para siempre. Sé que suena obvio, pero tal vez no nos damos cuenta del peso de estas palabras hasta que la vida nos obliga a vivirlas en nuestras carnes. Lo que quedara sin decir, jamás será dicho. Lo que quedó sin hacer, jamás será hecho. Todo lo que no se habló, nunca se hablará. No hay vuelta atrás, ni segundas oportunidades. Con la muerte no hay comodines, F5, jokers ni restart game que valgan. La muerte es lógica, piensa en binario, y las personas sólo somos ceros o unos. Muertos o vivos en su particular lista.
Ha pasado un año y el mundo no se ha derrumbado, la vida no ha sido más dura y nadie más ha muerto. No ha sido un mal año. Ha pasado un año. Se me ha escapado un año. Para muchos seguro que ha sido un año más. Pero te aseguro que te he recordado más de lo necesario, te he llorado más de lo permitido y te he echado de menos más de lo recomendado. Haciendo ganchillo, cantando la Coral nº8, topándome con viejos regalos que te hice o no comprando cucharas para regalarte porque ya no tendría sentido. Y es que todavía no logro creérmelo. Pienso en que te voy a decir tal o cuál cosa. En que estarás ahí en Navidad. En que haremos galletas de nata, con mantequilla para que no se nos pongan duras al día siguiente. Me dirás, como cuando era pequeña, eso de "tranquila cariño, Mamá llegará cuando menos te lo esperes". O tal vez será un "No, Tomás, deja a la niña, que está de vacaciones y no quiere leer eso ahora". Te imagino ahí, regando, durmiendo, rezando o tal vez cosiendo. Y se me hace imposible asumir que jamás volveré a verte más que en mis recuerdos. Pero eso no es lo peor. Lo peor es no saber si durarás en mi recuerdo siete días o 4 años. ¿A partir de cuándo se olvida la voz de alguien que no volverá a hablar? ¿Cuándo se pierden las lecciones enseñadas por quien se fue? ¿Ahora a quién le preguntaré lo que a ti? ¿Quién decide el tiempo que permanecen los que se fueron en nuestra memoria? ¿Cómo sabré dentro de muchos años si los recuerdos que guardo son todos o si perdí demasiados por el camino? Dime, ¿a quién le pregunto yo ahora si mis galletas de nata están listas?

sábado, 27 de agosto de 2011

Hirsutismo

Nunca decía lo que pensaba. Tenía hirsutismo en la lengua.

¿Qué pasa? ¿Que los que no tienen dos dedos de frente tienen hirsutismo?


No es que no tuviera un pelo de tonto, que eso ya sería un logro. Es que tenía hirsutismo y ni un pelo de tonto.


-No le cogieron por los pelos.
-¡Ah! Casi le cogen entonces, ¿no?
-No, no. Es que tiene hirsutismo, entonces no se atrevieron a cogerle.


-Volveremos cuando las ranas críen pelo.
Y de este modo el chico empleó el resto de su vida en modificar el ADN de las ranas para provocarles hirsutismo.


De pequeño solían recitarle refranes "del saber popular". Se los creyó. "Con agua de mayo crece el pelo". En mayo mantenía el pelo mojado todo el día. Y así fue como nuestro protagonista se lo puso en bandeja a su hirsutismo. No hay pelo que se precie capaz de desobedecer al refranero popular.

martes, 23 de agosto de 2011

¿Dónde están las llaves?

Matarile-rile-rile. Soy madrileña, entre otras muchas cosas. También soy adicta al chocolate, friki, morena, miope… pero creo que nada de esto viene al caso. Quédate con mi ciudad de nacimiento, porque creo que es el detalle que me ha hecho pensar así. Y es que resulta que de Madrid se han hecho muchas copias de llaves. Y nuestro alcalde no para de entregarlas a diestro y siniestro. Y, claro, eso está muy bien. Pero digo yo, ¿qué pasa si las pierden? Porque con tanta entrega de las llaves de la ciudad, seguro que ya nadie lleva la cuenta de cuántas se han entregado. Figúrate que alguien pierde las suyas o les hace una copia sin permiso o se las deja a un amigo: al final el resultado es que no sabemos quién tiene y quién no tiene llaves. 
A mí las mías no me las han dado aún, no sé muy bien a qué esperan, porque ya soy mayorcita para tener mi propia copia, que esto de tener que llamar al telefonillo y esperar que me abran cada vez que entro es un fastidio, pero supongo que será un error burocrático. Típico funcionario del "Venga usted mañana" que ha traspapelado mi copia o que ha escrito mal mi dirección en el sobre. Porque estoy segura de que mis conciudadanos quieren hacerme entrega de una copia. Si alguno me está leyendo, que lo diga por ahí, que mis llaves no han llegado, que seguro que es todo un error, pero que me vendrían muy bien. ¡Ah! Y que no necesito acto de entrega ni nada pomposo, con que me las manden por correo me vale.
En definitiva, yo lo único que venía a decir es que probablemente sea una buena idea llevar un listado sobre quién tiene ya o no sus llaves. Quién las pierde, quién las encuentra o quién las coge sin su permiso. Que si no lo mismo un día nos encontramos con que un botarate entra a robar o se pierde un papel y con tanta gente con llaves de la ciudad, pues no sabremos a quién preguntar. O alguien se come tus yogures Activia, y se te desactivan los intestinos. O alguien se deja el grifo abierto y te hace goteras. Por no hablar del jaleo que supone poner de acuerdo a tanta gente. Que si unos quieren dormir de noche y los otros ponen la tele, que si yo soy vegetariano y el otro ha metido lo que ha cazado en la nevera, que si estoy seguro de que dejé ahí mis llaves y ahora no están... Además que sería nuestra culpa, no del ladrón, porque con tanta llave por ahí repartida se lo habríamos puesto en bandeja lo de entrar a robar. 

lunes, 22 de agosto de 2011

(In)maduros

Uno de estos temas en los que los niños son bastante más adultos que los que se hacen llamar como tales. La política, la sempiterna política. Es el tema que enfrenta adultos, como si fuera importante ser de "izquierdas" o de "derechas". Como si te hiciera mejor persona ser progresista o conservador. Como si fuéramos muy diferentes por votar partidos contrapuestos. Como si tuviéramos que cortar el trato por no tener la misma opinión política. Los niños son más maduros. Lo digo porque realmente lo pienso. A ellos les da igual lo que piensen los papás de su amigo. Es su amigo. Sea blanco, negro, alto o bajo es su amigo. Y todo lo demás da igual. Tal vez sea fruto de la inocencia. Son tan inocentes, que le dan importancia sólo a los temas verdaderamente importantes. Y es que dicen que los niños son crueles, que dicen siempre la verdad, que son como los borrachos, que pueden ser muy malos… ¡Dicen tantas cosas! Y probablemente tengan razón. Probablemente los niños puedan ser muy crueles. Pero luego, en lo que toca con las personas que quieren, si un niño te quiere, su amor es incondicional. Me río yo de los "amores eternos". El amor de un hijo, un hermano pequeño, un amigo de la infancia… eso es insustituible. Se suele decir que los niños son muy inmaduros. ¡Rojo! ¡Facha! ¿Y los adultos no? ¿Rojo? ¿Facha? Decir eso te hace mucho más maduro que un niño de 10 años, ¿no? Pero claro, es política, es un tema de adultos. Y sólo por hablar de política y dar tu opinión (acertada según unos y digna de pena de muerte para otros) ya estás demostrando lo adulto que eres. 
No te confundas, la política me parece maravillosa y siempre lo mantendré. La política por sí misma, como sistema organizador, como método de unir a los mejores para luchar por una sociedad mejor, esa política. La política utópica, la idea de política que yo tengo en mi cabeza, esa me parece maravillosa. Pero pienso que los adultos llegan a sobrevalorar demasiado la política. Llega un punto en que, cualquiera que no opine lo mismo que ellos está equivocado. Sin pararse a pensar ni siquiera por un segundo que pueden ser ellos los equivocados. ¿No crees que las discusiones están para lograr una conclusión común? O, bueno si no logras llegar a un acuerdo, por lo menos que sirva para considerar otras perspectivas del mismo asunto, aunque luego tu opinión la mantengas. Pero no, es política y no se pueden cambiar las ideas. Es política y todos están equivocados menos yo. Es política y si estás de acuerdo conmigo seremos BFF's; eso sí, si dices algo que no me guste me caerás mal. Es política y soy tan maduro que no atiendo a razones.

lunes, 1 de agosto de 2011

Él

Estaba ciego como una tapia, pero no tan loco como los que aseguran que las tapias están sordas. Y es que las tapias, como buenas paredes, escuchan lo que se dice, conocen tus secretos y saben por quién lloras. Él no lloraba por ella, o al menos eso era lo que repetía a diario. Lo que se repetía a diario. Las paredes sabían que se estaba engañando a sí mismo, pero como son mudas no podían decírselo.
Ella no sabía eso. Ahora vivía en un rascacielos, con paredes modernas que no hablan con otras que no estén en un rascacielos. Paredes que no se dignan a transmitirle el mensaje de los muros de la casa de él.
Él lloraba los martes, porque le recordaban a ella. Los martes porque fue un martes el día que le dejó ciego. Y fue otro martes el día que le dejó de nuevo soltero. Pero no lloraba todo el rato. Solían ser lágrimas internas, de las que sólo uno ve. Lágrimas ácidas, que se acumulan en el corazón sin llegar a ser vertidas. De esas que, si no se vierten en algún hombro amigo, acabarán desbordándose en un manantial incontrolable de amargura en el momento menos pensado.
Salía a pasear, con sus Ray-Ban bien puestas. ¨Para protegerse del sol¨o más bien por si ella se colaba en sus ojos. Porque los ciegos no ven, pero sí sienten y, a su manera, pueden ¨ver¨. Ella desapareció un 3 de julio. Muy pronto, según él. Ella aseguraba que era muy tarde, que se tenía que ir.
Se conocieron como se conocen las personas, en un lugar cualquiera, fruto de una casualidad o no tan casualidad del destino. Estaban hechos el uno para el otro, según aseguraban todos sus conocidos, pero el tiempo les demostró que no era así.
Él vestía con estilo, con estilo propio. Solía ponerse pantalón y camisa, con la camisa por dentro, que su madre le había enseñado modales de pequeño. En invierno usaba jersey y abrigo. Gabardina para los días de lluvia. Y paseaba su paraguas si pensaba que iba a llover. La cartera era de cuero. Ella sigue en su cartera, y creo que pasarán unos años hasta que decida marcharse o él la saque voluntariamente.
Era castaño. Con los ojos azules. Claro que, desde ese 3 de julio pocos habían tenido ocasión de ver sus ojos. Ahora lloraba con los recuerdos con que antes solía reír. Es lo que tienen los cambios y los fines. Cambian el significado de las cosas. Cambian nuestra concepción de las cosas. Su nariz era recta, como las que se ponen los famosos que se operan en clínicas de prestigio. Y su piel solía estar tostada gracias a los largos paseos que daba con ella. No es que ahora se encerrara en su habitación, sólo se encerraba en sí mismo, pero el resultado era pasear menos, es decir, tener la piel más clara.
Siempre había querido envejecer para convertirse en uno de esos ancianos distinguidos con reloj de bolsillo y bastón. Uno de esos abuelitos entrañables que sientan en sus piernas a sus nietos y les cuentan historias que nunca olvidarán. Creyó que con ella todos esos sueños se harían realidad.
Solía tocar el piano por las mañanas, le gustaba despertar a los demás con una bonita melodía. Tenía dos hermanas y un hermano. Pero eso ya qué más da. En Navidades volvía a casa, como el turrón, trayendo consigo una sonrisa imborrable y un Panettone recién hecho. Le gustaba leer, la música y el cine. Tenía gustos corrientes, pero siempre se consideró atípico. Supongo que nos pasa a todos, ¿no?  Nos gusta saber que tenemos algo que, por pequeño que sea, nos diferencia de todos. Algo que nos hace únicos. Algo que nos asegura que no somos ni seremos sustituibles.
La mañana del accidente ella se había echado un poco más de colonia de lo que solía. Aunque, probablemente, esto no tuviera nada que ver con el camión que se les abalanzó. Iban hablando de lo que harían ese verano, cogidos de la mano como dos adolescentes enamorados.
Un trozo de metal cambió su vida. Un trozo de metal rasgó su córnea y le dejó ciego como una tapia. Un trozo de metal le separó del que, según todos, era el amor de su vida. Un trozo de metal y una serie de coincidencias que le hicieron ser la víctima de ese fatal accidente.
Ella salió ilesa. Dentro de lo que cabe. Tuvo fracturas en el cuello y perdió mucho tiempo en el hospital, pero él perdió más. Perdió la visión. Y la perdió a ella. A cambio sólo recibió algún que otro ramo de flores y dinero del seguro. Tarde, mal y nunca.
Pero no fue el accidente lo que cambió su gesto. Fue ese 3 de julio. Fue su marcha. Fue su ¨tenemos que hablar¨. Fueron sus ¨se acabó¨. Fue sentirla salir por la puerta, sin poder ver siquiera si se giró una última vez tras decir adiós.
Él estaba ciego como una tapia desde aquel día. Y loco por ella desde que la conoció. Pero su verdadera locura comenzó mucho después. El 3 de julio.

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